Urge repensar el concepto de progreso humano. A diferencia de otros movimientos y cambios históricos anteriores que propugnaban la consecución de determinados ideales, la revolución tecnológica está consiguiendo lo contrario: primero se descubre lo nuevo, y luego nos adaptamos a ello. Estamos renunciando al porqué y nos estamos quedando con el qué.
A golpe de disrupción tecnológica estamos llegando inexorablemente a una simbiosis entre humanidad y tecnología, pero aún no sabemos qué simbiosis queremos alcanzar. Vamos a ciegas al futuro.
Sin duda las aportaciones de la tecnología son inmensurables para incrementar el bienestar, pero si no colocamos al hombre y su humanidad en el centro, las consecuencias pueden ser funestas.
Como decía Zygmunt Bauman, “el PIB lo mide todo, excepto lo que hace que valga la pena vivir la vida”.