El papel de la empresa en las democracias occidentales está en pleno rediseño. El propósito, entendido como un compromiso de la empresa con el entorno que le rodea, ha dejado de ser territorio exclusivo de los departamentos de RSC, para convertirse en un timón estratégico y palanca de una mayor rentabilidad.
La empresa con propósito es una organización ágil y humana capaz de entender y abordar desafíos que trascienden la relación empresa-cliente o empresa-proveedor; para llegar a compromisos más altos con la sociedad. Pero también es aquella que conoce el poder de este reposicionamiento, como motor de cambio del entorno, pero también como palanca de crecimiento.
En una carta dirigida a sus directivos, Larry Fink, fundador y consejero delegado de Black- Rock, uno de los mayores fondos de inversión del mundo, negó que el propósito empresarial fuera “un simple eslogan o una campaña de marketing”. Muy al contrario, la definió como “la fuerza que impulsa a lograr la rentabilidad”.
Definir ese propósito (darle contenido y, lo más importante, acción) es uno de los grandes retos que tiene la empresa del siglo XXI. El ejercicio no es sencillo, ya que la empresa habrá de preguntarse “qué papel juega (de verdad) en el ecosistema que comparte con los seres humanos y la naturaleza”. Y de esas preguntas, trazar una serie de compromisos que van a guiar el diseño de su crecimiento (de sus nuevos productos, de su líneas de comunicación, de sus sedes o relaciones laborales).