Hace unos años, la tecnología blockchain ocupó el centro del debate ejecutivo: prometía reinventar la confianza digital, eliminar intermediarios y resolver problemas históricos de trazabilidad. Con el tiempo, muchas organizaciones pasaron del entusiasmo a la prueba pragmática, y en algunos casos al desencanto, al comprobar lo difícil que era escalar casos de uso reales. Hoy, la conversación se desplaza hacia la computación cuántica: una nueva ola tecnológica con expectativas altas, narrativa ambiciosa y una pregunta clave para Alta Dirección y equipos: ¿es una promesa a corto plazo o un cambio estructural que conviene preparar desde ya?
El “ciclo del hype” es un modelo popularizado por Gartner para describir cómo evoluciona la percepción de tecnologías emergentes: desde el “disparador” inicial, pasando por el “pico de expectativas infladas”, el “valle de desilusión”, hasta una adopción más madura, alcanzando la productividad real.
La tecnología blockchain encaja bien en ese recorrido. Tras una fase de expectativas elevadas y titulares grandilocuentes, muchas empresas descubrieron tres fricciones: complejidad técnica, barreras regulatorias y dificultad para justificar retorno sin un rediseño de procesos (y, a menudo, sin una gobernanza sólida). Eso no invalida la tecnología, pero sí obliga a colocarla en su lugar: menos “revolución inmediata”, más integración gradual y selectiva.
Tras una fase de expectativas elevadas y titulares grandilocuentes, muchas empresas descubrieron fricciones a la hora de implementar tecnología blockchain
Con la computación cuántica ocurre algo parecido. La computación cuántica plantea un salto de paradigma: un ordenador cuántico usa qubits para realizar cálculos complejos de un modo diferente al clásico. En teoría, eso permite a las computadoras cuánticas acelerar ciertos problemas muy concretos (optimización, simulación, algunas tareas de criptografía o química), aunque su adopción empresarial sigue siendo limitada por el estado del hardware y la corrección de errores.
Promesa transformadora: ambas se presentan como palancas para reconfigurar industrias (finanzas, cadena de suministro, ciberseguridad, salud).
Alta complejidad técnica: requieren perfiles especializados y un esfuerzo de alfabetización interna para evitar decisiones basadas solo en titulares.
Inversión fuerte de grandes actores: gobiernos, corporaciones y laboratorios impulsan investigación, estandarización y pilotos (más visible en cuántica, más distribuido en el caso blockchain).
Narrativas mediáticas ambiciosas: es fácil sobredimensionar el impacto a corto plazo, especialmente cuando el mercado busca “la próxima gran revolución”.
Naturaleza tecnológica: blockchain es principalmente software (redes descentralizadas, consenso, smart contracts). La cuántica es hardware altamente especializado (y su “stack” asociado), con dependencias industriales mucho más complejas.
Motor del ecosistema: blockchain creció con comunidades y startups; la cuántica está más ligada a grandes laboratorios, corporaciones y proyectos nacionales.
Riesgo disruptivo en criptografía: la cuántica puede afectar el corazón de muchos algoritmos criptográficos actuales (especialmente los de clave pública). En blockchain, ese frente es crítico: si el sistema criptográfico que protege firmas digitales se viera debilitado, el impacto sería más profundo que el que tuvo blockchain como “nueva infraestructura”.
Peligro de prometer más de lo que la tecnología puede dar a corto plazo. El exceso de expectativa penaliza dos veces: primero, por inversiones mal enfocadas; después, por una reacción de “fatiga” que bloquea iniciativas valiosas. La planificación y la visión a largo plazo son esenciales a la hora de implementar este tipo de tecnologías.
Lentitud para crear casos de uso reales y escalables. El blockchain nos ha demostrado que “probar” es fácil; industrializar es difícil (datos, integración con legacy, gobierno del dato, ciberseguridad, cumplimiento).
Regulación y estándares importan antes de lo que parece. En tecnologías que tocan identidad, transacciones y confianza, la ausencia de marcos claros frena adopción o genera soluciones frágiles.
No hay transformación sin infraestructura y capacidades. La tecnología no sustituye la organización: se necesita arquitectura, talento, proveedores preparados y métricas de valor; así como una cultura abierta al cambio.
Estas lecciones son especialmente útiles para la cuántica: el riesgo no es “perder el tren” por no comprar hoy, sino tomar decisiones sin un mapa (qué problemas atacar, qué dependencia criptográfica existe y qué horizonte temporal es realista).
A corto plazo, lo más razonable es esperar avances silenciosos y especializados: mejoras en hardware, desarrollo de algoritmos y pilotos muy focalizados (optimización, simulación, apoyo a modelos de inteligencia artificial). A medio y largo plazo, el potencial es alto, pero no homogéneo: no todo irá “más rápido”, ni de forma exponencialmente más rápida en cualquier tarea; el valor se concentra en clases concretas de problemas.
Donde sí conviene elevar el radar ejecutivo es en ciberseguridad. La discusión sobre “cuántica vs. cripto” suele simplificarse, pero el mensaje operativo es claro: hay que prepararse para migrar gradualmente hacia criptografía resistente a la computación cuántica. En 2024, el National Institute of Standards and Technology (NIST) aprobó estándares FIPS de criptografía poscuántica (por ejemplo, ML-KEM para establecimiento de claves y otros para firmas), diseñados para resistir ataques de adversarios con capacidad cuántica.
Además, instituciones europeas han publicado una hoja de ruta para la adopción de criptografía poscuántica, buscando una transición coordinada.
Para Alta Dirección de las organizaciones españolas, esto se traduce en cuatro preguntas prácticas:
¿Dónde usamos clave pública (TLS, VPN, firma de software, certificados, identidad, firma documental, HSM…)?
¿Qué dependencias tenemos en proveedores y terceros?
¿Qué ventanas de renovación tecnológica existen (ERP, IAM, PKI, dispositivos, nube) para introducir “quantum-safe” sin sobresaltos?
¿Qué decisiones no son tecnológicas sino de gobierno (inventario criptográfico, política de certificados, gestión de claves, continuidad)?
Y, si el foco es blockchain, conviene separar mito de realidad: no se trata de que “mañana” un ordenador cuántico rompa todas las redes, sino de planificar la evolución de mecanismos criptográficos y de firma con el tiempo adecuado.
El blockchain y su impacto empresarial nos dejó una lección útil: la innovación no se mide por titulares, sino por adopción sostenible. La computación cuántica y blockchain comparten el viaje del hype, pero difieren en su base tecnológica y en el tipo de impacto que pueden generar. En cuántica, la oportunidad a largo plazo es real, y el riesgo inmediato más tangible no es “hacerlo todo cuántico”, sino anticipar cómo evolucionará la criptografía para garantizar la seguridad de sistemas y transacciones. La clave directiva es combinar ambición con gobernanza.