El extraordinario crecimiento que ha experimentado China en los últimos años ha convertido al país asiático en una superpotencia económica. Este crecimiento exponencial, sin embargo, ha traído aparejado un grave problema: China se ha colocado, junto a Estados Unidos e India, como uno de los tres países más contaminantes del mundo fruto de su sobrepoblación y su dependencia energética del petróleo y los combustibles fósiles.
Pekín, con 22 millones de habitantes y una contaminación galopante, es una de las ciudades más hostiles del planeta. Para tratar de cambiar las tornas, descongestionar esta megaurbe y disminuir los niveles de dióxido de carbono de la atmósfera, el gobierno chino se ha propuesto crear una megaciudad a 100 kilómetros de la capital, en la provincia de Hebei. Una megalópolis sin parangón, con 2.000 kilómetros cuadrados de superficie (cuatro veces el tamaño de Manhattan) y alimentada principalmente por energías renovables.
El objetivo es situarla en el mapa como un enorme centro de innovación y desarrollo tecnológico impulsado por compañías punteras de todo el mundo
Según la consultora Morgan Stanley, para el desarrollo de Xiongan, que podría llegar a acoger cinco millones de habitantes procedentes de la capital, las autoridades chinas pretenden invertir 250.000 millones de euros durante los próximos 15 años. El objetivo, además de hacer de ella una ciudad inteligente, es situarla en el mapa como un enorme centro de innovación y desarrollo tecnológico impulsado por compañías punteras de todo el mundo.
Se trata de un proyecto similar al de otras Zonas Económicas Especiales como Shenzen, una pequeña localidad pesquera en los 80 que hoy es un gigantesco centro tecnológico en el que viven más de 15 millones de personas; o como Pudong, que hace 30 años acogía cientos de campos de arroz y hoy, con decenas de rascacielos, es el distrito financiero de Shanghai.
Pero ojo, este nuevo desafío al que se enfrenta China no es una tarea sencilla ni exenta de dificultades. Algunos expertos señalan que será complicado repetir con Xiongan lo que ya se consiguió con Shenzen y Pudong. Entre otras cosas, porque esta nueva urbe no se situaría tan cerca de una gran ciudad como sí lo están las anteriores de Hong Kong o Shanghai, respectivamente. Esto podría dificultar el traslado de universidades, centros de investigación y grandes compañías que pretende el gobierno chino.
La superpotencia anunció que invertiría 360.000 millones de dólares en energías renovables de cara a 2020
Sin embargo, la expectación creada es enorme. Apenas unos días después de que las autoridades del país asiático hicieran públicas sus intenciones de construir una nueva zona económica especial, los pequineses empezaron a acudir en masa a la provincia de Hebei con la intención de adquirir pisos y suelo en la zona en la que se ubicará Xiongan. El impacto de la noticia provocó tal euforia que las autopistas acabaron colapsadas y los precios se multiplicaron en apenas unas horas.
La especulación es una práctica prohibida en China, por lo que las autoridades locales se vieron obligadas a recordar que la compra de bienes con vistas a una posterior reventa es un delito penado por la ley. En juego está el futuro de un proyecto descomunales que podría quedar frustrado de dispararse los precios.
A comienzos de año, la superpotencia anunció que invertiría 360.000 millones de dólares (unos 300.000 millones de euros) en energías renovables de cara a 2020 y descartaría sus planes de construir 85 plantas energéticas de carbón. El objetivo es conseguir que, en 2030, las energías no fósiles aporten el 20% de la energía. Así, de hacerse realidad este nuevo macroproyecto, China habrá dado un nuevo paso para colocarse en el vórtice de la transformación energética global, impulsada por el cambio tecnológico y la bajada del coste de las energías limpias. Xiongan puede ser la punta de lanza de una superpotencia cuya ambición hace tiempo que dejó de tener límites.