Según la OMS, el 9% de la población mundial tiene algún problema de salud mental, y el 25% lo tendrá en algún momento a lo largo de su vida. Y creciendo… Y si nos centramos en el impacto en el trabajo en España, entre el 11% y el 27% de estos problemas se puede atribuir a las condiciones laborales.
En este contexto, crecientemente devastador, provocado en muy buena parte por la inadaptación a un entorno cada vez más acelerado, incierto y complejo, se está planteando con fuerza el debate de hasta qué punto las empresas deben cuidar la salud mental de sus empleados.
Existen tres razones que, a priori, justifican el que esto debería tener sentido. En primer lugar, la incapacidad de los sistemas públicos de salud para atender la creciente demanda de atención psicológica de los ciudadanos, sobre todo después de la pandemia. En segundo lugar, ese sentimiento escapista, cada vez más extendido sobre todo entre los jóvenes, de querer tratar los problemas sociales como problemas médicos, lo que coincide además con una huida de las responsabilidades adultas para refugiarse en alguna forma de terapia médica o espiritual. Y por último, el hecho cierto de que cada año se pierden millones de horas de trabajo – y de euros – por la ansiedad, la depresión y el estrés, y la constatación de que un empleado feliz es lógicamente más productivo.
En muy poco tiempo, las empresas – sobre todo las grandes – se han llenado de salas de relajación, cursos de felicidad, terapias grupales, programas deportivos, o tratamientos psicológicos individuales… Por cierto, ¿cuántas pymes – el 66 % del empleo de nuestro país – pueden permitírselo?
Ahora bien, yo me pregunto, querido CEO, ¿las empresas deben tener la responsabilidad de cuidar la salud mental de sus empleados, incluso si los problemas no están directamente relacionados con el trabajo?
Mientras piensas si debe ser así, si me permites, una recomendación que bebe directamente de la ética kantiana. Si decides preocuparte de verdad por la salud mental de tus empleados, no lo hagas porque así van a ser más productivos, aunque ello reconforte tu alma. Ese incremento de productividad será la consecuencia segunda. Porque nunca deberías tratar a los demás como si fueran un medio para lograr un fin. Ten en cuenta que, como decía el propio Kant, “una acción, para tener valor moral, debe haber sido hecha desde el deber”.
Cuídate mucho,
Enrique Sánchez de León
