A inicios del mes de mayo de 2020, y desde que se originó la pandemia en la ciudad china de Wuhan en los últimos días de 2019, el coronavirus o Covid-19 ha causado ya la muerte de más de 240.000 personas. Ahora, la gran pregunta que científicos, dirigentes y ciudadanos se hacen cada día gira en torno a cuál será el impacto del coronavirus en la economía mundial.
El virus se ha propagado rápidamente por todo el mundo, con mayor incidencia en Europa, donde inició su escalada en Italia extendiéndose después al resto de países del área: España, Francia, Reino Unido, y, en mayor o menor medida, en el resto de países del continente, y en Estados Unidos, país que en la actualidad encabeza el ranking mundial en número de contagios y de fallecidos.
La lucha contra esta pandemia pasa necesariamente por medidas de confinamiento de la población y como consecuencia de ralentización de la actividad económica, cuando no de paralización en determinados sectores, con efectos devastadores sobre la economía mundial.
La OMS ha declarado que investigadores, gobiernos y profesionales de la salud todavía se encuentran en proceso de comprender y aclarar muchas dudas en torno al patógeno causante de la Covid-19, las analogías de la enfermedad con otras similares y su impacto en la salud de las personas, pero lo que queda fuera de toda duda es que al tratarse de una nueva cepa para la que no existe todavía una vacuna sus efectos en la salud de las personas se trasladan irremediablemente a la salud de la economía por las razones antes apuntadas.
La necesidad de frenar la expansión de la epidemia ha hecho que los gobiernos tengan que aplicar medidas extraordinarias, limitando la movilidad de las personas, lo que ha obligado a cerrar edificios públicos, empresas y comercios. Como consecuencia se ha reducido la producción, el consumo y el turismo en la mayoría de países afectados. El resultado es una caída generalizada de la actividad económica y de sus principales magnitudes.
El mercado de valores refleja el debilitamiento de la economía. Durante las semanas críticas de la pandemia las grandes plazas mundiales se dejaron un tercio de su valor. Esto es casi 10 puntos porcentuales más que en las semanas posteriores a la caída de Lehman Brothers. Y en lo que va de año los principales índices bursátiles han perdido entre el 15 y el 30 % de su cotización, aunque en las últimas semanas muestran signos de recuperación en un marco de gran volatilidad.
La demanda de petróleo se ha visto fuertemente afectada por la contracción de la actividad económica. Según estimaciones de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) la demanda mundial de crudo habrá caído en abril una cifra de 20 millones de barriles diarios, el 60% debido a la menor demanda de combustible para transporte de mercancías y viajeros.
La crisis podría generar para la economía global un volumen de pérdidas que alcance el billón de euros. Los sectores más afectados: aerolíneas, hostelería, ocio y turismo, distribución y textil, cuyo valor de marca se verá reducido durante los próximos doce meses un 20%. En el lado contrario, energía, telecomunicaciones, alimentación, farmacia y tecnología, cuyo valor apenas se verá afectado por la pandemia.
La caída del comercio internacional de China y de sus manufacturas a causa del coronavirus ha afectado a la producción industrial, que cayó un 13,5 % interanual en enero y febrero, la mayor caída del PIB en este país en los últimos 30 años.
A diferencia de lo ocurrido en otras crisis anteriores como la de 2008 la caída de la economía producida por la Covid-19 debería alcanzar su fin al regreso de la actividad, con una recuperación en V como se ha venido a llamar por los más optimistas, una situación muy diferente a la de la crisis de 2008 cuando se necesitaron años y años para absorber la deuda de familias y empresas.
Ello se deberá en buena medida a la respuesta de gobiernos y bancos centrales, que se ha producido con rapidez y con medidas de gran envergadura y estímulos fiscales. Los bancos centrales han inyectado liquidez en el sistema, se han producido compras de activos a gran escala y se dan facilidades de financiación con tipos negativos o cercanos a cero. Por su parte los gobiernos han desplegado una batería de medidas de ayuda a particulares y empresas.
En nuestro país se han producido alrededor de 500.000 expedientes de regulación temporal de empleo que afectan a más de cuatro millones de trabajadores, lo que supone una medida de alivio para la carga salarial de las empresas. Por otra parte se han creado líneas de actuación para dar liquidez y otorgar garantías para la concesión de préstamos a empresarios y autónomos.
No sabemos a ciencia cierta cómo será la recuperación tras la crisis. El impacto económico está siendo y será muy acusado ya que afecta a la demanda y también a la oferta. Sin embargo, parece positivo que esto esté pasando en una economía mundial que, ampliando el abanico temporal, estaba en fase de expansión y, por lo tanto, es más capaz de resistir el choque que, por ejemplo, 9 meses atrás. Lo que sí sabemos es que el punto de partida actual es mejor que el de otras crisis debido a la ausencia de desequilibrios, ya que, a diferencia de otras ocasiones, las finanzas del sector privado están más saneadas.
Lo que está ocurriendo es, sin duda, un shock externo para el que ni organismos, ni gobiernos, ni empresas estaban preparados.
El impacto del coronavirus en la economía mundial está siendo muy duro, y la salida de la crisis vendrá determinada por la capacidad de los gobiernos para atajar la propagación del virus y para poner en práctica medidas eficaces para el estímulo de la recuperación.