La presencia de la inteligencia artificial en las empresas ha aumentado en los últimos años hasta el punto de que prácticamente cualquiera dedicada al sector tecnológico cuenta con algún servicio o cubre alguno de sus procesos con IA.
El resultado: desde chatbots inteligentes capaces de responder en tiempo real a los usuarios hasta proyectos basados específicamente en un producto capaz de automatizar y simplificar las tareas humanas más tediosas, como por ejemplo las relacionadas con la contabilidad. Ya existen incluso programas capaces de hacer las labores de un abogado con mucha más precisión y hasta 200 veces más rápido que él y hasta bots que predicen el futuro -y adivinan los ganadores de los Óscars- en base a la inteligencia y experiencia humanas.
Todo ello ha sido posible al gran abaratamiento de la IA en los últimos años, lo que ha coincidido con una implementación cada vez mayor en las empresas, incluso en las más jóvenes. El negocio digital es parte fundamental de cualquier negocio analógico y la transformación digital de las compañías pasa por la introducción de algoritmos y bots capaces de acelerar la automatización de procesos en un futuro próximo.
Las áreas principales en las que inciden este tipo de tecnologías suelen estar relacionadas con la ciberseguridad, en primer lugar, así como con la gestión y optimización de bases de datos para poder ofrecer cada vez mejores servicios a los clientes.
Su presencia en las empresas empieza a ser tan extensa que incluso ya hay quien se ha propuesto humanizar legalmente a los robots: 150 expertos en IA enviaron en abril de 2017 una carta abierta al Parlamento Europeo solicitando que a los robots se les considere personas jurídicas, especialmente para dirimir responsabilidades en cierto casos penales como el del reciente atropello mortal protagonizado por un coche autónomo de Uber. Sin embargo, la sujeción de los robots a un sistema legislativo complejo -o a unas simples leyes como las propuestas hace 75 años por el novelista Isaac Asimov- queda bastante lejos y en el marco de la ciencia-ficción por el momento.
Lejos de ser autónomos, los sistemas de IA son capaces de automatizar procesos pero aún se encuentran en un estadio temprano de desarrollo: sólo las herramientas más vanguardistas son capaces de llevar a cabo un proceso de aprendizaje semiautónomo (tutelado por humanos) para optimizar las soluciones propuestas. Dicho esto, cabe recordar que ya existen inteligencias artificiales capaces de aprender de su propia experiencia. En verano de 2017, Facebook se vio obligada a desconectar a dos bots que habían desarrollado un lenguaje incomprensible para los humanos, mientras que algunos programas ya son capaces de crear información nueva a partir de las bases de datos que manejan.
A finales de este año, el 75% de las apps incluirán elementos de Inteligencia Artificial
De hecho, desde Microsoft ya consideran que el futuro de las empresas pasa por la IA: Jaime Pereña, director de Estrategia de Inteligencia Artificial para Soluciones Empresariales de la compañía, cree que “el 85% de las empresas utilizarán Inteligencia Artificial para 2020”. En este sentido, el aprendizaje autónomo es el principal reto de cara a los próximos años, “como por ejemplo ha hecho UBS, uno de los mayores bancos de Europa, que cuenta con operaciones en 54 países y más de 60.000 empleados, y que está aplicando tecnología de inteligencia artificial y ‘machine learning’ de Microsoft para ‘credit scoring’”, según el directivo. El ‘credit scoring’ consiste en asignarle un puntaje al potencial deudor que, a su vez, representa una estimación del desempeño del crédito para el banco, un sistema que permite controlar al dedillo la economía de una empresa sin tener que acudir a interminables hojas de contabilidad.
Pero, al margen de la capacidad de razonamiento de una máquina, la segunda aplicación directa de la IA en una empresa es la capacidad de interpretación de los datos obtenidos. Por ejemplo, tal y como señala el citado artículo de Innovation Spain, Uber utiliza una IA mediante una aplicación en el móvil de los conductores que solicita periódicamente que estos se identifiquen haciéndose una fotografía. Los sistemas de reconocimiento facial, generalizados desde el lanzamiento del iPhone X el pasado año, suponen una de las últimas revoluciones en cuanto a IA, especialmente aplicada a la seguridad.
Por ejemplo, Uber compara esa foto con la información almacenada en la base de datos de sus conductores y comprueba si la persona que conduce el coche es el conductor autorizado, lo que garantiza la seguridad de los pasajeros. Según la compañía, “a finales de este año, el 75% de las apps incluirán elementos de Inteligencia Artificial”.
Un caso quizás más hiperbólico es el de China. El gobierno de Pekín decidió el año pasado implementar a partir de 2020 un sistema de reconocimiento facial a gran escala a través de una intrincada red de más de 20 millones de cámaras de seguridad capaces de controlar en el futuro a más de 100.000 personas a la vez y situadas en las principales áreas públicas del país para controlar a la ciudadanía.
Es más, el sistema pretende incorporar las imágenes de los smartphones de la propia ciudadanía para detectar conductas punibles en una nueva escala de puntos similar al propuesto en el capítulo de Black Mirror titulado ‘Caída en picado’: quienes no lleguen a un mínimo, no podrán optar a créditos o ni siquiera podrán salir del país. El problema es que quien determinará los puntos que gana o pierde un ciudadano será la IA, que tendrá en cuenta hasta las relaciones sociales de cada persona. Paradójicamente, empresas como Alibabá han visto el potencial de esta tecnología y han realizado inversiones millonarias en la empresa que desarrolla este software, situándola como la ‘startup’ dedicada a IA más valosa del mercado.
Se calcula que en el año 2020, e 85% de las empresas utilizarán Inteligencia Artificial
En cualquier caso, las visiones más distópicas acerca de la IA no deben ensombrecer las aplicaciones que tiene para las empresas. De hecho, una de las más palpables es la relacionada con la interacción con el usuario: la mayoría de las empresas que disponen de un servicio de atención al cliente están automatizando los procesos de consulta y gestión, delegándolos en chatbots capaces de solucionar casi cualquier incidencia en tiempo real.
Los chatbots son una herramienta fundamental para las empresas tecnológicas con orientación al e-commerce, pero que también encuentra una aplicación en las dedicadas al transporte. Los altos niveles de contaminación y el cambio climático han llevado en los últimos años al desarrollo de vehículos más eficientes, como los eléctricos, y la última frontera parece ser la de la conducción autónoma.
Gigantes como Google, Uber o Tesla trabajan específicamente en este sentido para que las IA creadas aprendan de su experiencia en carretera y sean capaces en los próximos años de guiarse de forma autónoma gracias tanto a los cada vez más sofisticados sistemas de cámaras y los de GPS. Un hito que no sólo cambiaría la manera de concebir el transporte que tenemos hoy en día, sino que sentaría las bases para la inteligencia artificial del futuro: capaz de aprender de su propia experiencia para mejorar y optimizar cualquier proceso en una empresa.