El esquema del riesgo empresarial está experimentando una transformación profunda. La gestión del riesgo vive un punto de inflexión: las compañías operan en un entorno donde la incertidumbre es constante y donde la capacidad de anticipar, prepararse y responder marca la diferencia competitiva.
La última Encuesta Global de Gestión de Riesgos de Aon refleja esta realidad, y es que los líderes afrontan un ecosistema de amenazas cada vez más interdependientes, donde los riesgos se mueven como placas tectónicas que generan fricciones continuas en los mercados.
Más allá de los datos, el informe elaborado por Aon subraya una idea clave: la complejidad crece más rápido que la preparación organizativa, desatando un desajuste estratégico que puede comprometer la resiliencia de las compañías si no se aborda con visión de largo plazo.
El primer gran eje del actual esquema del riesgo empresarial es, sin duda, el ciberespacio. Los ataques cibernéticos mantienen su liderazgo como riesgo número uno, tanto en el ámbito global como para los líderes españoles. Y no es casual. La digitalización ha convertido a las organizaciones en sistemas vivos interconectados donde una brecha puede tener efectos en cascada. Un solo incidente puede paralizar la actividad, comprometer datos críticos, activar obligaciones regulatorias y generar una erosión inmediata de la confianza del cliente.
Esta creciente exposición convive con un escenario donde las capacidades de gestión aún evolucionan. La encuesta revela que:
Esta asimetría -alta conciencia del riesgo, pero herramientas analíticas aún limitadas- es uno de los grandes desafíos para los comités de dirección. Como señalan los especialistas en resiliencia corporativa, las organizaciones están midiendo el riesgo del siglo XXI con instrumentos pensados para el siglo XX. Y esta brecha puede ampliarse en los próximos años si no se refuerza la capacidad de análisis avanzado.
La volatilidad geopolítica se ha consolidado como otro gran factor determinante. Conflictos activos, sanciones cruzadas, desacuerdos diplomáticos y cambios regulatorios acelerados están remodelando el terreno de juego global. Para nuestros líderes, este riesgo ocupa la novena posición, una cifra que no debe engañar, pues su naturaleza transversal lo convierte en un multiplicador de otros riesgos, desde la interrupción logística hasta la inestabilidad financiera.
La literatura en gestión del riesgo es clara en este punto: los riesgos geopolíticos generan su mayor impacto cuando interactúan con vulnerabilidades internas, como la concentración excesiva de proveedores o la dependencia de mercados concretos. En esta era de incertidumbre estructural, la diversificación -de mercados, de talento, de cadenas de valor- se convierte en un eje de supervivencia.
Uno de los rasgos más diferenciales del análisis es la relevancia del aumento de la competencia, situado en el segundo puesto del ranking nacional. Para los líderes españoles, competir hoy no es solo cuestión de precio o producto, sino de velocidad, capacidad de respuesta y lectura avanzada del cliente.
Este riesgo convive con dos elementos que aportan una lectura muy reveladora del mercado:
Ambos apuntan a un mismo fenómeno: la urgencia por transformarse. La innovación deja de ser un “extra” para convertirse en una condición esencial para sostener la relevancia. En entornos donde las preferencias del consumidor evolucionan más rápido que los ciclos de inversión, la falta de agilidad puede convertirse en un riesgo estructural más grave que cualquier factor externo.
Por otro lado, el riesgo relacionado con el precio de materias primas y la escasez de materiales cae al cuarto lugar, indicador de que otras fuerzas -especialmente las vinculadas a la competencia y la adaptación estratégica- han ganado protagonismo en la agenda directiva.

Aunque los riesgos vinculados al talento no figuran en el top 10, su impacto no puede subestimarse. La “incapacidad para atraer o retener talento” se sitúa en el puesto 11, y la “escasez de mano de obra” en el 15.
Lo relevante es que ambos forman parte de la base de la resiliencia organizativa. En el esquema del riesgo empresarial, el talento es el sustrato sobre el que descansan todas las capacidades críticas, desde la ciberseguridad hasta la innovación, pasando por la continuidad operativa.
Los expertos afirman que los riesgos más sofisticados requieren competencias igualmente sofisticadas. Sin capital humano adecuadamente formado, cualquier estrategia de mitigación queda incompleta.
La Inteligencia Artificial -con su capacidad de acelerar procesos, pero también de generar nuevas vulnerabilidades- aparece como un riesgo emergente que crecerá con fuerza. Lo mismo ocurre con los fenómenos climáticos extremos, cuya frecuencia y severidad están impactando directamente en los modelos de negocio, en los activos físicos y en los sistemas logísticos.
Aunque estas dinámicas aún no se sitúan entre los primeros puestos para los líderes españoles, la tendencia es inequívoca: serán factores determinantes en la próxima década.
Un apartado especialmente revelador del informe de Aon es el que aborda cómo las organizaciones miden y financian su riesgo. Aquí emergen patrones que ayudan a entender la madurez del tejido empresarial:
Este comportamiento confirma una realidad extendida: el asesoramiento experto sigue siendo fundamental, pero la falta de herramientas avanzadas limita la capacidad de anticipar escenarios complejos. En un esquema del riesgo empresarial en constante mutación, esta brecha analítica puede convertirse en un cuello de botella estratégico.
El análisis evidencia una conclusión central: las organizaciones que integran el riesgo en su estrategia -y no solo en el cumplimiento normativo- son las que mejor se adaptan a entornos volátiles. Como recuerda Juan Pablo García-Lliberós, CCO de Aon, “la disrupción también abre oportunidades. Las organizaciones que replantean su enfoque del riesgo, dejándolo de ver como un mero ejercicio de cumplimiento, están mejor preparadas para adaptarse y avanzar”.
En un esquema del riesgo empresarial que evoluciona rápidamente, la gestión del riesgo deja de ser un paraguas defensivo para convertirse en una auténtica ventaja competitiva, capaz de transformar incertidumbre en estrategia y anticipación en crecimiento.