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Vivimos en plena transformación digital que cabalga a lomos de tecnologías exponenciales. Hablamos pues de organizaciones exponenciales en las que el adjetivo “exponencial” describe un ritmo de crecimiento de las prestaciones ofrecidas por una tecnología que se multiplica por una cantidad constante en un plazo de tiempo determinado.
La observación empírica de este fenómeno se ha formulado en términos de “leyes”. La más famosa, y madrugadora, fue la propuesta por Moore en 1965, postulando que la densidad de transistores en circuitos integrados se multiplicaría por dos cada año (posteriormente amplió el plazo a cerca de dos).
En todas las organizaciones exponenciales la explotación masiva de la información es un eje central en su estrategia
En la práctica, este avance se traducía en una reducción del coste de nivel de prestaciones a la mitad en ese período. Dinámicas similares se han observado en otras tecnologías digitales, como la velocidad de transmisión de datos, o las de almacenamiento.
Todos tenemos evidencias cotidianas de las mismas en nuestro consumo de productos digitales. Kurzweil generalizó este patrón de comportamiento a cualquier tecnología de la información en lo que denominó “Ley de rendimientos acelerados”.
El concepto organizaciones exponenciales fue acuñado por la Singularity University en 2008, y ha tenido probablemente en el libro de su Director Ejecutivo Fundador, Salim Ismail, su mejor difusor.
Como explica, esta denominación se aplica a organizaciones cuyo impacto (o resultado) es desproporcionadamente superior (al menos 10 veces) al de sus pares, gracias a la aplicación de nuevas técnicas organizativas que apalancan el potencial de estas tecnologías de prestaciones aceleradas.
Entre ellas destacan la IA, la robótica, la biotecnología, la neurociencia, la ciencia de los datos, la impresión 3D o la nanotecnología, en un contexto de conectividad ubicua y acceso virtualmente ilimitado y elástico a nuevas capacidades desde “la nube”.
La combinación de varios de estos dominios tecnológicos multiplica aún más su potencial.
Las organizaciones exponenciales exhiben en mayor o menor medida una serie de atributos clave, tanto internos (IDEAS: Interfaces, Dashboards, Experimentation, Autonomy, Social) como externos (SCALE: Staff on Demand, Community & Crowd, Algorithms, Leveraged Assets, Engagement).
Como punto de partida, una gran ambición: un Propósito Masivamente Transformador. Y en todas, la explotación masiva de la información es un eje central en su estrategia.
La mayor parte de los representantes de este paradigma exponencial se encuentran entre los grandes campeones digitales que han provocado la disrupción en sus mercados, aunque también existen ejemplos procedentes de áreas que no se mueven en el puro dominio digital como lanzadores espaciales, coches eléctricos, drones, cámaras digitales…
Por diseño, por ensayo y error, por contagio con el ecosistema, debemos evolucionar hacia nuevos paradigmas
Este paradigma se ha desplegado de forma más evidente en empresas de reciente creación que han escalado a posiciones de liderazgo en muy poco tiempo y es sin duda un modelo para muchos emprendedores.
Pero también sirve de referente a organizaciones ya consolidadas, de tamaño grande o mediano, que sean capaces de abordar ese proyecto de cambio.
Es evidente que una iniciativa de semejante calado requiere de un liderazgo transformador impulsado desde la cúpula empresarial.
La innovación -no solo la de base tecnológica- es una herramienta clave para construir organizaciones exponenciales. De hecho, muchas de ellas se apalancan en tecnologías y servicios tecnológicos ampliamente accesibles.
En empresas establecidas, el cambio va intrínsecamente ligado a esta innovación.
Evolucionar de un modelo a otro es un reto que atañe en primer lugar a los directivos. Son ellos quienes tienen un campo de batalla crucial en el terreno del talento y con un activo esencial en la información.
Por diseño, por ensayo y error, por contagio con el ecosistema, debemos evolucionar hacia nuevos paradigmas.
No hay razones para pensar que lo que no funcionó en el pasado va a funcionar en el futuro. Pero tampoco hay garantías de que lo que nos funcionó tiempo atrás, continúe funcionando indefinidamente.