Finalizadas ya para muchos las vacaciones, seguro que en este período de descanso físico y mental, más de uno ha hecho balance de los aciertos y errores de los últimos meses, y ha repasado las oportunidades ganadas y las perdidas. Si estas últimas te han parecido excesivas, sobre todo porque ni has comprado el décimo para que te toque la lotería, entonces es que necesitas repensarte tu posicionamiento sobre el riesgo. Porque, querido CEO, te pagan para que asumas riesgos.
Es cierto que vivimos una época de crecientes incertidumbres, y que nuestra sociedad del bienestar va buscando cada vez con mayor ansiedad el riesgo cero y la seguridad absoluta, y de ahí la proliferación de seguros de todo tipo. Pero el riesgo es connatural a la vida y a las empresas. Si nos instalamos en una zona de confort generaremos un nivel constante y previsible de rendimiento, y para crecer, para progresar, necesitamos convivir con un cierto grado de ansiedad o de estrés, que nos fuerce a ampliar horizontes.
Pero ¡ojo!, la atracción por las conductas de riesgo está en la misma zona del cerebro que el placer o las adicciones. Al tomar riesgos se produce en ocasiones, y en algunas personas, una mayor producción de dopamina.
Asumir riesgos no es temeridad o imprudencia, es sobre todo esforzarse por garantizar que el riesgo sea tolerable. Para ello, además de gestionarlo empresarialmente, analiza tus sesgos, tus valores, tus creencias, y especialmente tus experiencias. Porque lo que te ha ocurrido recientemente, seguramente condicionará tu próxima decisión de riesgo.
Y un consejo. Aunque el principal responsable de la decisión serás tú, para lo bueno y para lo malo, implica al mayor número posible de stakeholders, desde tus directivos a tu Consejo de Administración. Probablemente garantices que, al menos, mientras recorres el camino, todos toquen la misma partitura.
Y en cualquier caso, querido CEO, ten en cuenta que muchas veces, el mayor riesgo es no hacer nada.
Enrique Sánchez de León
