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En la antesala de una guerra comercial global

Emilio Lamo de Espinosa, Presidente del Real Instituto Elcano

El comercio internacional sigue creciendo, pero su gobernanza está patas arriba. Efectivamente, el proteccionismo del presidente estadounidense Donald Trump, que ha impuesto aranceles de forma unilateral tanto a China como a sus aliados tradicionales y pretende renegociar todos los acuerdos comerciales en los que participa EEUU, ha puesto al mundo en la antesala de la guerra comercial. Pero incluso si se logra evitar que el conflicto arancelario siga aumentando, la comunidad internacional tiene el reto de renovar las reglas del juego de la globalización de forma que se pueda integrar a China en el entramado de la gobernanza comercial multilateral con unas nuevas normas que sean consideradas legítimas por todos los países, lo que pasa por asegurar que las empresas chinas no juegan con ventaja gracias al apoyo de su gobierno.

Emilio Lamo de EspinosaEs cierto que, si se deja de lado la retórica belicista de los tweets de Trump, el comercio internacional, al igual que la economía global, goza de buena salud. Según los datos más recientes del World Trade Report de la Organización Mundial del Comercio (OMC), los intercambios crecerán en 2018 al 4%, un ritmo considerable y que deja atrás los crecimientos raquíticos que se experimentaron tras los años de la gran recesión (2008-2010) y la crisis del euro (2010-2013), y que llevaron a los más pesimistas a temer que la globalización se estaba revirtiendo.

Si bien es cierto que la OMC ha revisado algo a la baja estas previsiones de crecimiento por la escalada proteccionista, el dinamismo de los intercambios, sobre todo en el sector servicios, no parece que vaya a detenerse. Como explica Richard Baldwin en La Gran Convergencia, la revolución tecnológica está permitiendo un desarrollo de las cadenas de suministro globales sin precedentes, y permitirá en el futuro la exportación de cada vez más servicios de alto valor añadido, que los aranceles no frenarán. Esto, sin duda, transformará el empleo y sumado a la robótica y la IA, planteará un enorme reto en términos de adaptación, pero sugiere que la globalización está aquí para quedarse. Y si la experiencia pasada sirve de algo, podemos aventurar que esta expansión del comercio y las inversiones internacionales será generadora neta de riqueza, aunque también habrá perdedores.

El dinamismo de los intercambios, sobre todo en el sector servicios, no parece que vaya a detenerse

Crecimiento del proteccionismo

Sin embargo, esta visión optimista, que suele escucharse entre las empresas innovadoras que más están aprovechando las ventajas de la globalización y la revolución tecnológica, se contrapone con el crecimiento del proteccionismo. Como lleva años señalando el economista Dani Rodrik, la sensación que tienen muchos ciudadanos de que las ganancias del comercio y la globalización están injustamente repartidas, ha alimentado los discursos nacionalistas y populistas. Y es indiscutible un fuerte aumento de la desigualdad (aunque no tanto de la pobreza) en los países desarrollados. La llegada de Trump a la presidencia de EEUU ha implicado que el país que tradicionalmente lideraba la liberalización comercial y sustentaba su sistema de reglas, ahora le da la espalda e incluso boicotea el funcionamiento de la OMC.

El objetivo del proteccionismo estadounidense parece ser frenar el auge de China y reescribir los intercambios económicos del país para extraer mayores beneficios. Además, hay una profunda desconfianza por lo multilateral porque el presidente prefiere los pactos bilaterales, en los que puede aprovechar que EEUU sigue siendo el mercado más jugoso y deseado del mundo. Ya ha sacado al país del acuerdo transpacífico y ha renegociado tanto el acuerdo con Corea del Sur como el NAFTA con Canadá y México (que ya no se llamará así). La escalada arancelaria con la UE, que se inició por los aranceles que impuso a nuestro aluminio y acero, y a los que la UE respondió con 2.800 millones de barreras sobre productos estadounidenses, parece que no irá a más porque el presidente de la Comisión Juncker y Trump llegaron a un acuerdo el pasado julio. Sin embargo, el problema es que la escalada con China va en aumento (ya se han aplicado aranceles por más de 200.000 M$ en ambos sentidos) y no tiene visos de frenarse.

El objetivo del proteccionismo estadounidense parece ser frenar el auge de China y reescribir los intercambios económicos del país para extraer mayores beneficios

Tanto EEUU como China perderían muchísimo con una guerra comercial, y el resto del mundo también se vería afectado; según un informe del think tank bruselense Bruegel, una guerra comercial abierta podría reducir la renta per cápita de cada europeo en 1.250 euros anuales. Mientras en el Pacífico aumenta la tensión, la UE, que es un gigante comercial aunque todavía sea un enano político, ha acelerado la firma de acuerdos comerciales bilaterales (con Japón, Singapur, México, tal vez Mercosur, etc.) y está liderando una iniciativa para reformar a fondo la OMC.

¿Tiempos difíciles?

Habrá que desearle suerte a la UE y, mientras tanto, esperemos ansiosos a ver qué ocurre tras las elecciones de midterm en los EEUU. Pues si Trump sale reforzado, y encara con viento de cola un segundo mandato, podemos augurar con certeza tiempos difíciles. Una UE débil, una OTAN en entredicho (“obsoleta” dijo Trump) y una OMC discutida, no son pilares sobre los que asentar un orden internacional estable.

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