Ahora que nos espera un año por estrenar nos hacemos propósitos para superar la felicidad que alcanzara el anterior. Salud, dinero y amor, decimos. Repasamos lo que nos importa y lo que es superfluo, lo que nos hace sentirnos bien y lo que quisiéramos no haber vivido jamás, las personas que siguen incondicionales a nuestro lado y quiénes estarían mejor en otra galaxia. Retomamos así el trabajo preguntándonos si las horas que pasamos en él merecen de verdad el esfuerzo, el tiempo, el talento y la aportación que somos capaces de dar. ¿Te lo has preguntado alguna vez? ¿No lo hacemos todos los días?
La respuesta a estas preguntas es fácil. Sí, todos los seres humanos nos preguntamos si vale la pena lo que hacemos. A diario, cada minuto. Buscamos satisfacer nuestras necesidades y expectativas, atajamos para encontrar la forma de recibir sensaciones placenteras con todo lo que hacemos. Primero intentamos cubrir las básicas de alimento, higiene, seguridad y respeto, pero en seguida pedimos mucho más a la vida: saber que contamos, que formamos parte de algo más grande, que tenemos posibilidades de progresar, y que de hecho, lo hacemos. Que podemos ser nosotros mismos, que contribuimos, que trabajamos para vivir y no vivimos para trabajar. No todo es dinero. La búsqueda de la felicidad nos hace estar activos, despiertos, abiertos a nuevas experiencias y retos, dispuestos a prestar (que no regalar) nuestras energías para volver a encontrar un nuevo estado de equilibrio.
La búsqueda de la felicidad nos hace estar activos, despiertos, abiertos a nuevas experiencias y retos
Siendo esto casi una obviedad para cualquiera que lo piense dos minutos, resulta complicado llevarlo al entorno de las organizaciones. Los intereses de las partes, los entramados psico-sociológicos y las habilidades y capacidades de aquellas, no siempre se ordenan y priorizan para obtener la máxima satisfacción y equidistancia en el conjunto. El algoritmo perfecto que los conjugue, como si se tratara de aplicar un método de mínimos cuadrados a la ecuación de regresión de las variables que a empresa, empleados y sociedad nos producen el necesario bienestar, es inexistente.
Las empresas que no hacen bien este cálculo y pretenden obtener su beneficio a costa de poner en riesgo los factores que afectan a la satisfacción de sus empleados
Sin embargo, las empresas que no hacen bien este cálculo y pretenden obtener su beneficio a costa de poner en riesgo los factores que afectan a la satisfacción de sus empleados -incluso los más básicos- arriesgan profundamente su salud y están condenadas al fracaso a largo plazo. Salarios de pobreza, inseguridad en el empleo, escaso respeto por el tiempo y la vida privada de los empleados, relaciones basadas en el beneficio inmediato, falta de participación, feedback y pertenencia… son descriptivos de un buen número de “negocios” cuya contribución a la creación de valor para la sociedad es más que discutible, y que producen miles y miles de personas que pierden la confianza en uno de los motores más importantes de crecimiento y futuro de un país: sus organizaciones empresariales.
Aunque llevamos décadas sabiendo positivamente que operar solo pensando en el enriquecimiento del accionista es un enfoque del pasado y nunca acertado, seguimos viendo el surgimiento de empresas insanas que pretenden hacer negocio a costa de las personas.
Tampoco hay que descontar al otro agente de la ecuación, el trabajador. Una sociedad con tendencias tan hedonistas como la actual, ha venido empoderando a los trabajadores a todos los niveles, reconociendo y reforzando su papel en el crecimiento de los negocios y poniendo un fuerte foco en la cobertura de todo tipo de necesidades con el fin de tenerles contentos, por muy peregrinas que estas pudieran a veces parecer.
Los trabajadores se han organizado para exigir a sus empresas dar una respuesta justa y equitativa que les compense en reciprocidad por su tiempo, su talento, su esfuerzo y sus resultados. Las empresas, sobre todo las más grandes y consolidadas, han respondido enriqueciendo la oferta de valor al empleado casi sin límite, como si solo de ello dependiera su capacidad de captación, fidelización o su reputación. Esto ha tenido efectos muy positivos sobre el potencial de atracción y retención de las empresas, pero ha tenido un efecto más limitado sobre la mejora de la productividad, la motivación y el compromiso efectivo de los empleados con el éxito empresarial.
En muchos casos, una oferta de valor por encima de la contribución real ha producido plantillas sorpresivamente inconformes, sobrealimentadas y fuera de la realidad de la economía real, “atrapadas” con esposas de oro.
Una oferta de valor por encima de la contribución real ha producido plantillas sorpresivamente inconformes y sobrealimentadas
Nos espera todo un nuevo año para cumplir con los propósitos que ahora nos formulamos. Como empresas y como empleados tenemos una nueva oportunidad – y la responsabilidad- de poner el énfasis en los factores que hacen de las compañías lugares sanos y fuertes, que crean valor a corto y a largo plazo para sus accionistas, pero también, y en la misma medida, para sus colaboradores y para la sociedad. El significado del deseo de salud, dinero y amor en la oferta de valor al empleado cobrará así un significado mucho más profundo, equilibrado y transcendente.