Para dirigir con éxito un negocio, no basta con contar con líderes decididos o carismáticos. Por eso, el pensamiento estratégico empresarial se ha convertido en una filosofía clave. Especialmente, a la hora de crear modelos capaces de dar resultados a corto, medio y largo plazo.
Sin embargo, el pensamiento estratégico empresarial es un concepto relativamente nuevo en el mundo de los negocios. No todo el mundo comprende exactamente las implicaciones que puede tener en la organización ni su capacidad de cambiar por completo el rumbo de una compañía.
En este sentido, aunque la mayoría de las organizaciones tiene en mente un plan de negocio, no todas son capaces de llevarlo a término. No es de extrañar que un 67 % de los directivos consideren hoy en día que su empresa tiene un déficit a la hora de desarrollar una estrategia. Una cifra extraída de un reciente estudio de la Rotman School of Management de la Universidad de Toronto.
El concepto de pensamiento estratégico empresarial puede parecer demasiado ambiguo. Sin embargo, podría definirse como todas aquellas ideas y valores comunes en una compañía, que permiten dotarla de una identidad propia y tratan de planificar el futuro. Y que utilizan el contexto actual simplemente como un punto de partida.
Un ejemplo paradigmático del pensamiento estratégico empresarial en la actualidad podría ser la figura de Elon Musk. El empresario estadounidense, que presume de vivir más en el futuro que en el presente, es conocido por haber apostado antes que nadie por ciertas industrias. Por ejemplo, los coches eléctricos (con Tesla), el turismo espacial (SpaceX) o la inteligencia artificial (Neuralink).
Por todo ello, Musk comprende a la perfección el papel del pensamiento estratégico empresarial. Dentro de una compañía, es absolutamente vital para impulsar entornos favorables que propicien el desarrollo. Es un tipo de pensamiento flexible, capaz de adecuarse a un mercado cambiante o, directamente, de anticiparse a él.
Aspectos como la realidad política de un país, las condiciones del mercado o el acceso al conocimiento son factores que pueden condicionar la viabilidad de un negocio. Por eso, el pensamiento estratégico empresarial aspira siempre a controlar la mayor parte de estas variables. En los tiempos actuales, especialmente gracias a la toma de decisiones basada en datos.
Entre los beneficios del pensamiento estratégico empresarial se encuentran:
Quizás por todos estos motivos, buena parte de las compañías que tratan de implementar el pensamiento estratégico empresarial intentan seguir una serie de reglas a la hora de gestionar. Se trata de cambios aparentemente insignificantes, pero que pueden aportar un valor diferencial a cualquier modelo de negocio.
Normalmente, para poner en práctica estas reglas se exige un esfuerzo conjunto por parte de la organización. Por eso, la formación -previo consenso de valores a transmitir- es vital para que el mensaje cale en toda la compañía. Existen diferentes visiones al respecto, pero hay cierto consenso sobre las 4 reglas de gestión imprescindibles para cualquier compañía, siguiendo el ‘paper’ pionero de la consultora McKinsey, elaborado en 1978.
Ya entonces, una de las grandes preocupaciones de las compañías era disponer de información veraz y precisa para la toma de decisiones. Ni que decir tiene que en la actualidad este punto es vital para la mayoría de las empresas y tiene que ver con el uso y análisis de los datos disponibles.
Según el manifiesto elaborado por Fred Gluck, Tom Peters y Robert Waterman, «los estrategas se sienten sumamente incómodos con conceptos vagos como ‘sinergia’. No aceptan teorías generalizadas sobre el comportamiento económico, sino que buscan mecanismos de mercado subyacentes y planes de acción que logren el fin que buscan».
«El hombre razonable se adapta al mundo; el irrazonable intenta adaptar el mundo a sí mismo. Así pues, el progreso depende del hombre irrazonable». Lo que esta célebre frase del escritor irlandés George Bernard Shaw viene a decir es que siempre van a existir asunciones colectivas que solo unos pocos se atreven a cuestionar.
Por ejemplo, la mayoría de los CEO consideran la regulación estatal como una interferencia molesta en sus asuntos. Sin embargo, en los últimos años algunas empresas parecen haber revisado ese supuesto y empiezan a participar en la formación de políticas regulatorias para obtener una ventaja competitiva como actores dentro del sistema.
Otra de las reglas de oro del pensamiento estratégico es tratar de optimizar al máximo los recursos disponibles dentro de la empresa. En este sentido, una de las mejores formas de hacerlo es buscar oportunidades de negocio a bajo coste (o directamente nulo) con las que maximizar la rentabilidad.
Existen grandes ejemplos a lo largo de la historia, pero hay uno que probablemente defina a la perfección la importancia de esta regla: en 2005, un joven llamado Alex Tew creó la web ‘La página del millón de dólares’, que vendía cada píxel de la misma al precio de un dólar. Terminó convirtiéndose en un inesperado éxito ya que las empresas se volcaron en ella y compraron todos los espacios disponibles para colocar sus diminutos ‘banners’. ¿Cuánto le costó el millonario negocio? Apenas unos dólares, para comprar el dominio de la web.
De ahí que el pensamiento divergente o lateral sea imprescindible para huir de lo predecible. Normalmente, quienes rompen el mercado suelen ser aquellos actores capaces de crear modelos de negocio completamente disruptivos. ¿Cómo? Logrando encontrar soluciones alternativas a un mismo problema.
En el plano psicológico, el pensamiento divergente o lateral es uno de los rasgos más comunes de la adolescencia. La curiosidad y el inconformismo impulsan al individuo a utilizar la imaginación en la búsqueda de soluciones. En la etapa adulta, en cambio, se pierde buena parte de esta capacidad y resulta necesario inducirlo de manera activa. En las empresas, aún más complejas, se debe fomentar como parte nuclear de su cultura para lograr cambios realmente disruptivos.