En las últimas semanas hemos venido asistiendo en toda Europa, y también en España, a las protestas y movilizaciones de buen número de agricultores, preocupados por el futuro de su trabajo y de su sector. ¿Quién no se solidariza con una profesión que trabaja de sol a sol, en duras condiciones, que nos da de comer al resto de los ciudadanos, y que lo que pide es que las importaciones tengan las mismas restricciones fitosanitarias y de bienestar animal que las que les exigen a ellos? ¿Quién no se indigna con la competencia desleal, fruto de la “incoherencia de las políticas europeas”?
Ahora bien, más allá de la situación específica de la agricultura española y la europea, el verdadero debate de fondo es el conflicto eterno y recurrente entre proteccionismo y librecambismo. Porque, querido CEO, perdona que te lo diga, en muy pocas ocasiones me he encontrado con un empresario o un directivo que no sea proteccionista para su sector, y librecambista para el de los demás.
Tanto Europa como Estados Unidos, que se proclaman muy dignamente campeones del libre mercado, llevan décadas protegiendo a una enorme variedad de sectores y colectivos, con subvenciones, primas a la exportación o reglamentaciones técnicas, impidiendo fundamentalmente a países en vías de desarrollo que vendan sus productos en estos mercados. La Política Agraria Común, por ejemplo, se lleva cada año un tercio del presupuesto comunitario.
Estoy convencido de que el proteccionismo, salvo situaciones concretas de competencia desleal, acaba a la larga favoreciendo el nacionalismo económico, extendiendo la mediocridad, dañando la innovación y la eficiencia, y siempre perjudicando al consumidor.
Y aquí es donde quería llegar, querido CEO, a la coherencia. ¿Cómo eres de coherente entre lo que piensas, lo que dices y lo que haces? “No hay mayor confusión que no decir lo que pensamos y no hacer lo que decimos”, dice el filósofo francés Gabriel Marcel. Porque la falta de coherencia es uno de los aspectos más negativos en la percepción que tenemos de nosotros mismos, y que los demás tienen de nosotros. Especialmente en la empresa, la incoherencia promueve la desconfianza, la duda, la decepción y la frustración. Ten en cuenta que la integridad humana se construye a partir de los valores y de la forma en que estos se aplican todos los días. Pues bien, una de las principales herramientas en la construcción de esa integridad es la coherencia.
Y recuerda, querido CEO, que, sin llegar al extremo de Sócrates, que prefirió beber lacicuta antes que ser incoherente con sus valores, en algún momento puedes llegar a una situación en la que ya no podrás esquivar la indolencia o el mirar para otro lado, y tendrás que mostrar –a los demás y a ti mismo-, con infinito alivio y orgullo, tu compromiso con la verdad y la integridad.
Cuídate mucho.
Enrique Sánchez de León
