En la mitología griega, Narciso fue un joven tremendamente guapo que, con su sola presencia, enamoraba a todas las mujeres que lo veían. Al nacer, un adivino predijo a su madre que su hijo sería feliz mientras no viese su imagen reflejada en un espejo.
Un día, paseando, Narciso se detuvo a beber en un riachuelo, y ahí se quedó prendado de su reflejo en el agua, de tal modo que tanto se acercó para mirarse, que cayó y murió ahogado. En el lugar de su muerte surgió la flor que hoy llamamos “narciso”.
Valga esta bella historia para reflexionar sobre el papel del CEO narcisista en la empresa. Porque para Plutarco, el narciso, al que llama “flor de muerte”, además de seducir y fascinar, puede causar el fin.
Según los psicólogos, el narcisismo describe un patrón de conducta caracterizado por una excesiva fascinación por uno mismo, una necesidad de admiración por parte de los demás, y una falta de empatía hacia los sentimientos y necesidades de los que le rodean. El narcisista suele presentar, además, una alta búsqueda de sensaciones o novedades, una temerosa evitación del daño, y una excesiva dependencia de la recompensa. Dentro de una máscara de seguridad extrema, suele albergar una autoestima frágil, muy vulnerable a la crítica. Escribe la novelista británica George Eliot, que el narcisista “es como un gallo que creía que el sol había salido solo para oírle cantar”.
Freud reconoció que todos tenemos algo de narcisistas. Es más, a lo largo de la historia, los narcisistas siempre han surgido para inspirar a la gente y dar forma al futuro (Alejandro Magno, Napoleón, Picasso…). Y cuando los negocios se convirtieron en motor del cambio social, también generaron su cuota de narcisistas (Jack Welch, Steve Jobs o Elon Musk, por citar solo algunos ejemplos).
Los narcisistas -los productivos, como los citados anteriormente- pueden ser incluso buenos para la empresa en tiempos extraordinarios; aquellos que necesitan osadía y pasión. El problema es que también pueden llevar a la compañía al desastre. La extraversión, la autoconfianza, el dominio de las situaciones de tensión… -que son cualidades que exhiben los narcisistas- pueden derivar en errores irreversibles en la gestión y en el clima laboral.
Es cierto que algunos estudios demuestran que un aumento en los niveles de narcisismo incrementa entre los directivos la posibilidad de ser CEO. Otras investigaciones señalan que los CEOs son desproporcionadamente propensos a tendencias narcisistas. Entiendo personalmente que la clave está, en primer lugar, en distinguir el liderazgo del narcisismo, cuestión nada fácil; y en segundo lugar, en no quebrar la delgada línea entre la autoestima y el narcisismo. La autoestima, que es una necesidad humana tan esencial como la ira o el miedo, representa una actitud basada en los éxitos y logros que hemos conseguido dominar, en los valores que defendemos cada día, y en el cuidado que mostramos hacia los demás. El narcisismo, por el contrario, se basa en un temor al fracaso, en una perspectiva centrada en uno mismo, en una inseguridad profunda, y en un sentimiento subyacente de insuficiencia.
Por ello, desde aquí reivindico, querido CEO, el valor de la humildad, porque la humildad no es pensar que eres menos, sino no creerte que eres más. Decía Charles Dickens que “hay grandes hombres que hacen a todos sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes”.
Cuídate mucho
Enrique Sánchez de León
