Teresa Domenech plantea una visión transformadora de la economía circular. Frente a las inercias del modelo lineal, propone herramientas para repensar cómo se crea valor desde el propósito empresarial, cómo financiar modelos resilientes y cómo activar la colaboración entre empresas, administración y centros de conocimiento. En la presente entrevista, ofrece claves muy prácticas para directivos que aspiran a liderar esta transición desde lo estratégico.
El error más común es reducir la economía circular a una mejor gestión del residuo. Eso es una visión limitada y reactiva. La economía circular va mucho más allá: plantea una nueva lógica para generar valor empresarial, sin depender de la extracción constante de materias primas. La clave está en repensar desde el propósito. ¿Qué necesidad social está resolviendo mi empresa y cómo puede hacerlo con los recursos ya existentes en el sistema? En lugar de diseñar pensando en cómo deshacerse del producto al final, se trata de diseñar pensando en cómo mantenerlo útil durante más tiempo, cómo repararlo, actualizarlo o compartirlo. Esa es la verdadera transformación: pasar de una lógica de consumo a una lógica de uso eficiente y regenerativo.
Todas lo son, y lo interesante es que son comunes a todos los sectores. Aunque cada industria tenga sus retos específicos, hay cuatro palancas que deben activarse simultáneamente: rediseño estructural, inteligencia de datos, finanzas circulares y tecnologías avanzadas como la inteligencia artificial.
El rediseño estructural implica repensar no solo productos o procesos, sino redes enteras de infraestructuras y relaciones entre empresas. La inteligencia de datos es clave porque la mayoría de las empresas no tiene visibilidad sobre los materiales que utiliza ni sobre su destino final. Y sin datos, no hay decisiones. En cuanto a la financiación, necesitamos marcos adaptados: los modelos circulares tienen una estructura de costes y retorno distinta, y eso exige nuevos criterios financieros. Aquí la IA puede ser muy útil para generar estimaciones y modelar escenarios a partir de datos incompletos o dispersos.
El bloqueo lineal es esa inercia que hace que, aunque una empresa tenga voluntad de ser más circular, le resulte muy difícil cambiar. Muchas veces, los departamentos de diseño y residuos no se comunican. Y si quien diseña un producto no sabe qué ocurre al final de su vida útil, no puede anticipar opciones como la remanufactura o el reciclaje efectivo.
Además, cambiar a un modelo circular implica rediseñar la estructura de ingresos y gastos. Por ejemplo, si en lugar de vender productos empiezas a ofrecerlos como servicio (leasing, renting, suscripción), tus flujos de caja cambian, y eso impacta en toda la planificación financiera. Si tu equipo financiero o tu banco no lo entiende, no lo va a apoyar. Por eso hablamos de bloqueo: no es falta de intención, sino falta de alineación sistémica.
Primero, formar al sector financiero. Hoy muchas entidades no saben cómo valorar un plan de negocio circular. Ven un CAPEX alto, un retorno más lento o una lógica de ingresos distinta y, simplemente, lo descartan. Hay que crear capacidades para entender el valor que se genera en estos modelos. Segundo, necesitamos más instrumentos de apoyo. Mientras que la descarbonización ha recibido ayudas públicas muy potentes, la circularidad sigue recibiendo muy poca atención institucional. Y eso es contradictorio, porque el 60% de las emisiones están vinculadas al uso de recursos. Sin circularidad, no lograremos los objetivos climáticos. Y, por último, necesitamos métricas. No podemos seguir midiendo con reglas lineales algo que funciona con otra lógica.
Es una de las herramientas más potentes y menos explotadas. La compra pública representa en torno al 15% del PIB. Si se exigieran criterios de circularidad en los contratos públicos, muchas empresas innovarían simplemente para no quedarse fuera de esos procesos. En España, la compra pública verde se ha desarrollado tímidamente y con escasa incorporación de criterios circulares. En cambio, países como Bélgica o los Países Bajos ya incluyen cláusulas específicas que valoran el ciclo de vida, el diseño modular, la reutilización o el acceso como servicio.
La compra pública puede ser el motor que convierta la circularidad en mainstream. Pero para eso hace falta decisión política, capacitación técnica y estándares claros. Si la compra pública no exige circularidad, la economía circular seguirá siendo marginal.
Lo primero es romper la desconfianza mutua. Hoy, en España, colaborar con la administración es percibido como algo lento, burocrático y lleno de riesgos. Las universidades, por su parte, suelen investigar de forma muy desconectada de las necesidades reales de las empresas. Y las empresas, por todo esto, tienden a ir solas.
En otros países -Reino Unido, por ejemplo-, existe una cultura de colaboración mucho más natural. Las universidades trabajan directamente con empresas, y los investigadores contribuyen activamente a la definición de políticas públicas. Aquí necesitamos un cambio cultural profundo, y estructuras que hagan que colaborar sea más rentable que competir.
Sí, lo es. Si una empresa quiere utilizar un subproducto como materia prima, incluso con tecnología segura y validada, la legislación española lo pone muy difícil. En cambio, en países como Dinamarca, Suecia o el Reino Unido, hay mecanismos para negociar excepciones y validar proyectos piloto bajo control ambiental.
Aquí, ni siquiera se contempla esa posibilidad. Y eso frena iniciativas que podrían reducir costes, emisiones y dependencia de recursos. Necesitamos una regulación más flexible e inteligente, que no renuncie a la protección ambiental, pero que entienda que innovar también es proteger.