El 12 de junio el Real Madrid sorprende anunciando el nombre de su nuevo entrenador: Julen Lopetegui, técnico de la selección española de fútbol. A sólo tres días del debut de España en el Mundial de Fútbol, la competición más importante del deporte rey, la noticia cae como una bomba.
El mundo del fútbol, los medios de comunicación, las redes sociales, los expertos… todos comentan el sorprendente anuncio y sus implicaciones, con la atención puesta en la reacción de Luis Rubiales, el recién elegido presidente de la Federación Española de Fútbol, a quien el presidente del Real Madrid, ni siquiera el propio Lopetegui, ha avisado minutos antes de que salte la noticia.
El caso es un interesante ejemplo de gestión de crisis que nos permite extraer unos aprendizajes útiles para directivos, ejecutivos y managers
24 horas después, Luis Rubiales comparece en rueda de prensa para anunciar el despido fulminante de Lopetegui. A punto de empezar la competición, la Selección se queda sin entrenador.
No valoraremos si la actuación de Rubiales fue más o menos acertada, ni si Lopetegui se comportó mejor o peor. Más allá de la dimensión deportiva, social y mediática del asunto, el caso es un interesante ejemplo de gestión de crisis que nos permite extraer unos aprendizajes útiles para directivos, ejecutivos y managers.
Las crisis surgen en los momentos más inesperados y suelen desencadenarse por un hecho inesperado e imprevisible. La sorpresa, por la falta de anticipación, puede “descolocarnos” y llevarnos a cometer errores.
El presidente de la FEF está en Moscú, a unas horas en avión del lugar donde está concentrado el equipo, porque al día siguiente tiene el primer gran compromiso internacional en su nuevo cargo. Todo parece bajo control, está tranquilo. De repente, tras una llamada de teléfono, tiene menos de 10 minutos para hacerse a la idea de lo que le acaba de contar Florentino Pérez y tomar algunas decisiones antes de que salte la noticia.
Su teléfono es un hervidero de llamadas y notificaciones: todos sus stakeholders buscan explicaciones y, sobre todo, una reacción inmediata. Los medios y las redes arden, critican al entrenador y presidente por igual, muchos piden que rueden cabezas. Probablemente, en esos primeros momentos en la cabeza de Luis Rubiales sólo existe una palabra: traición. Antes de tomar el avión hacia la concentración de la Selección, ya había tomado la decisión de despedir a Lopetegui.
En una crisis, mucha de la información que recibe un directivo es ruido: todo el mundo da su opinión, casi siempre sesgada por sus propias emociones. Cuando todos te miran esperando una reacción o exigiendo un castigo, es fácil perder la calma en medio del caos, dejarse llevar por los impulsos o ceder a las presiones.
Para evitarlo, conviene hacer una lista de stakeholders y ordenarlos en base a su importancia. ¿A quiénes debemos cuidar por encima de todo? ¿Quiénes son secundarios? ¿A quiénes podremos recuperar más fácilmente cuándo pase la tormenta? ¿Quiénes pueden influir en el resto de stakeholders? Plantearse este tipo de preguntas ayuda a dar un paso atrás y ver la situación en perspectiva, priorizando la razón frente a la emoción, la estrategia antes que la improvisación.
Luis Rubiales tiene, básicamente, dos opciones: reaccionar rápidamente y castigar la deslealtad de Lopetegui, o calmar los ánimos y controlar los tiempos para proteger a la Selección. Cualquiera de las dos opciones le acarrearía fuertes críticas, ya que la opinión pública y de sus stakeholders estaba claramente dividida.
Mantener a Lopetegui implica tragarse el orgullo. Asumir que el bien del equipo y del proyecto estaba por encima del conflicto. Esta opción pone toda la responsabilidad en Lopetegui: si la Selección no alcanza al menos las semifinales del Mundial, lo que por mera estadística es muy probable, la Federación tendrá la excusa perfecta para prescindir de él. Y si la Selección gana el Mundial, el Presidente podrá ponerse la medalla de haber dado un voto de confianza al seleccionador en los momentos difíciles. Por supuesto, también implica mostrar cierta debilidad por parte de Rubiales dentro de la propia institución.
Echar a Lopetegui supone una victoria rápida, un ejercicio de autoridad para un presidente que llevaba menos de un mes en el cargo. Es un mensaje claro de que nadie puede “torear” a la Real Federación Española de Fútbol ni a su máximo mandatario, haciendo valer la cultura y los valores de la organización y señalando un enemigo común al que atacar. Echar a Lopetegui es, en definitiva, una forma de demostración de poder. Pero también implica un riesgo deportivo: ¿de quién será la culpa si España cae a las primeras de cambio? También plantea una amenaza reputacional que evidencia impulsividad y un cierto carácter revanchista en las decisiones de la Federación Española de Fútbol y de Luis Rubiales.
Echar a Lopetegui supone una victoria rápida, un ejercicio de autoridad para un presidente que llevaba menos de un mes en el cargo
Hay que elegir. Siempre hay más de una posible decisión ante una crisis. Hacer un repaso de los distintos escenarios que desencadenarán esas decisiones, anticipar las consecuencias de elegir una u otra opción, y contrastar esos resultados con los intereses de los stakeholders relevantes para la organización es fundamental a la hora de tomar decisiones en estas situaciones.
Con la decisión tomada, Luis Rubiales aparece solo, en rueda de prensa, para hacerla pública. Mientras tanto, Lopetegui está haciendo las maletas para volver a Madrid y ser presentado como nuevo técnico del Real Madrid. El técnico es “cazado” por los periodistas en el aeropuerto, compungido, hundido. Son imágenes impactantes, una y otra, que despiertan emociones encontradas.
Es fundamental definir la estrategia adecuada a la hora de dar a conocer una decisión. La puesta en escena, la forma, dice tanto como el fondo, especialmente en la era de la imagen en la que vivimos. Hay muchas maneras de representar una decisión, una victoria o un ejercicio de autoridad. Esa representación o puesta en escena proyecta de manera aumentada la imagen y los atributos del directivo y éste debe asegurarse de que son la imagen y los atributos deseados. ¿Es así como quiero ser percibido por mis stakeholders? ¿Es esta la imagen que quiero asociada a mi liderazgo? Si lo es hoy, ¿lo será mañana?
Hay un enemigo peor que una crisis para un directivo: la improvisación basada en aspectos emocionales en medio de un conflicto. Un ejecutivo con gran responsabilidad debe ser estratégico; separarse del problema, analizar las variables, definir a qué público quiere contentar, valorar qué consecuencias tiene cada opción a su alcance y establecer el marco en el que contar la decisión final.
¿Es así como ha actuado Rubiales?